Abel Pérez
Zamorano
Ante la tendencia decreciente de la tasa
de ganancia, numerosas empresas industriales norteamericanas se
desplazaron a otros países, buscando condiciones más propicias para
elevar sus utilidades. Con sus excesos de producción, saturaron sus
mercados de capitales y de mercancías que no encontraron ya cabida
en el estrecho ámbito nacional. Se relocalizaron en países con
salarios e impuestos más bajos y regulaciones más laxas: es la
estrategia offshoring (offshore, literalmente en inglés, fuera de la
costa, a cierta distancia). Esta deslocalización tuvo su auge a
partir de los años 80 y 90 con la globalización, que permite
producir los componentes de los productos en diferentes países,
muchas veces distantes, mediante una compleja red de cadenas de
suministro. Le llaman “externalización global” y produjo
excelentes resultados en términos de producción barata,
destacadamente en países como India, México, Vietnam, Filipinas,
China y otros del Sureste asiático.
Apple produce los
componentes del iPhone en Malasia, Tailandia, Corea del Sur y los
ensambla en China (entre 85 y 90 por ciento), principalmente en la
gigantesca planta de Zhengzhou. “Según un artículo de The New
York Times, esta fábrica (…) emplea a aproximadamente 350 mil
personas (…) pueden producir 500 mil iPhones al día” (Global
Electronic Services). Y los aranceles a las importaciones desde China
no consiguen que Apple regrese; más bien está reubicando parte de
su producción de iPhones (25 por ciento) en India.
México
destaca ensamblando automóviles. Somos el quinto exportador mundial
y cuarto en autopartes. Según Renata Aguilar (Rebelión, 29 de enero
de 2025), en 2024 se produjeron 3.9 millones de unidades. “Dentro
de las 39 plantas que existen en el país, nueve pertenecen a General
Motors (GM) (…) y en su complejo de Silao, Guanajuato, se produce
una pick up nueva cada 56 segundos…”.
Producir en México
genera un ahorro en costos estimado entre 30 y 50 por ciento. “El
atractivo de México se debió también a los bajos salarios, que
pueden ser entre 10 o 20 veces menores [que] en Estados Unidos (…)
en General Motors SLP el grueso de los trabajadores gana 395 pesos
diarios, mientras que sus contrapartes en EE. UU. ganan 200 dólares
por día, es decir, unos 3 mil 861 pesos diarios. Esto significa que
los trabajadores mexicanos ganan 14 veces menos, a pesar de
desarrollar labores similares e incluso haciendo jornadas laborales
más largas” (Ibid.).
En Europa esta práctica adquirió
niveles de escándalo cuando empresarios de China divulgaron que
fabrican allá los lujosos productos de Louis Vuitton, Hermès, Gucci
o Prada, etiquetados después en Francia y vendidos a precios
exorbitantes. Una bolsa Birkin de Hermès, cuyo costo real es de mil
250 dólares, se vende hasta en 35 mil dólares, 28 veces por arriba
de su costo.
Pero este éxito generó a su contraparte negativa
(la contradicción es omnipresente). “La deslocalización no sólo
eliminó millones de empleos manufactureros en EE. UU. (unos cuatro
millones, según estimaciones), también erosionó el conocimiento
práctico asociado a la producción (…) ralentizó el desarrollo
futuro de productos y mejoras de procesos. Literalmente, dejaron de
saber cómo se hacen las cosas” (Alejandro Marcó del Pont,
Rebelión, 26 de enero).
Las cadenas de suministro se tornaron
demasiado largas y complejas, vulnerables a perturbaciones
geopolíticas y naturales; por ejemplo, por el canal de Suez cruza el
12 por ciento del tráfico mundial de mercancías, y la acción de
los hutíes ha reducido considerablemente el paso de buques,
retrasando envíos, ralentizando el aprovisionamiento de componentes,
elevando las primas de seguros u obligando a rodear África en una
ruta considerablemente más larga. La guerra de Ucrania interrumpió
el suministro de gas ruso a Europa; el cruce por el Canal de Panamá
se ve afectado por factores naturales, etc. La pandemia evidenció
las debilidades estructurales del offshoring, particularmente cuando
en 2020 el puerto de Wuhan cerró y dejaron de salir cuantiosos
cargamentos hacia Occidente.
Como respuesta a estos
inconvenientes se instrumentó el nearshoring (en inglés, near
significa cerca), estrategia de relocalización productiva que, sin
abandonar el offshoring, reubica la producción preferentemente en
países cercanos a las potencias imperialistas, creando cadenas de
suministro más cortas, menos vulnerables y con menores costos de
transporte. Tal es el caso de México respecto a EE. UU., o de
Polonia con Alemania. Se garantiza así el acceso directo y rápido
al mercado final: se estima que ello reduce hasta en 50 por ciento el
tiempo de entrega.
Así ocurrió la llamada
“desindustrialización” de EE. UU. que, buscando la máxima
ganancia, perdió su capacidad productiva, reteniendo sólo la
palanca financiera, sus dólares, bolsas de valores y fondos de
inversión, estructuras económicas parasitarias que más que
producir succionan riqueza. En esta estrategia globalizada
inmediatista, los capitalistas priorizaron el valor de las acciones
sobre la producción real. Pero la riqueza, como dice Marx, es el
cúmulo de mercancías producidas y en consecuencia debemos aceptar
que EE. UU. produce menos riqueza y debe adquirirla en el exterior
crecientemente.
Pero además del offshoring y el nearshoring,
otro fenómeno pone en jaque la balanza comercial norteamericana: el
desarrollo tecnológico y productivo de China, su competidor más
fuerte. Como ejemplo: “En el último número de Nature, una de las
revistas científicas más antiguas y prestigiosas de Occidente, casi
la mitad de los estudios publicados presentan trabajos de
investigadores chinos. China ha superado a EE. UU. por primera vez en
número de expertos en ciencia y tecnología de alto nivel (…)
Según datos de Clarivate, una empresa de análisis científico, hace
dos décadas EE. UU. producía 20 veces más artículos que China. En
2022, China superó a EE. UU. por primera vez en cantidad y calidad
de artículos científicos, liderando además los ranking del Nature
Index (…) el gigante asiático presenta ahora más patentes que
cualquier otro país, es líder mundial en ciencias de la Tierra,
físicas, químicas y medioambientales” (El Mundo, 17 de febrero de
2025). Así puede producir a costos considerablemente más bajos que
EE. UU., tecnológicamente rezagado en términos relativos, y
penetrar en su mercado, mientras los productos norteamericanos, con
más tiempo de trabajo invertido, son menos competitivos.
Señala
Phar Kim Beng, en un artículo publicado por Observatorio de la
Crisis, 17 de abril, que: “El Índice de IA (Inteligencia
Artificial) 2024 de Stanford señaló que China ahora publica más
artículos sobre IA revisados por pares que EE. UU. y la UE juntos”.
También está a un paso de ganar la carrera en semiconductores y va
adelante en vehículos eléctricos, la carrera del espacio, vehículos
hipersónicos y computación cuántica. “Como advierte el experto
en ciberseguridad Adam Segal, a diferencia de EE. UU., donde las
operaciones cibernéticas deben pasar por una revisión
interinstitucional, el comando centralizado de China es más ágil,
más despiadado y más estratégico” (Ibid.). Es decir, China
aventaja fundamentalmente gracias a su sistema político y económico
socialista, más eficiente.
En productos farmacéuticos: “China
controla hasta el 70 por ciento de las exportaciones de ingredientes
farmacéuticos activos (API), vitales para la fabricación de
antibióticos y medicamentos para enfermedades crónicas” (Ibid.).
Finalmente, “Según el Instituto Internacional de Estudios
Estratégicos, la capacidad de construcción naval de China supera a
la de EE. UU. en una proporción de 3 a 1 anualmente” (Ibid.). Así
pues, en lugar de salarios bajos, como en México, China basa su
competitividad en desarrollo tecnológico, un tsunami productivo.
De
ahí el creciente déficit en la balanza comercial norteamericana que
Trump pretende revertir con artificios legaloides, “compensando”
a los empresarios afectados con reducción de impuestos que ni de
lejos les resarcen de las pérdidas incurridas con la “repatriación”.
Pretende obligar a las empresas a volver a producir en EE. UU. Pero
la terca realidad no atiende sus conjuros: la economía
norteamericana se contrajo 0.2 por ciento en el primer trimestre de
este año.
Contemplamos, pues, una gran paradoja: como
acertadamente se ha dicho, la economía capitalista norteamericana
está sucumbiendo a causa de sus propios éxitos. Y Donald Trump no
podrá lograr su objetivo, pues para ello tendría que acabar con el
capitalismo y su lógica de maximización de las ganancias.
Necesitaría derrumbar la tesis de Marx de que el capital no tiene
patria, y eso, sencillamente no se puede.
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