miércoles, 28 de mayo de 2025

Con los estudiantes no, señor Trump

 




Víctor Hugo Prado



El derecho a la educación superior está consagrado en distintas normativas y tratados internacionales como el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DDHH), que establece que "el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos".




En los últimos días, el anuncio del gobierno de Estados Unidos de querer revocar la autorización que permite a estudiantes extranjeros estudiar en la Universidad de Harvard ha encendido una alarma no solo en el ámbito académico, sino también en el corazón del modelo de sociedad abierta que este país dice defender.


La medida, justificada con argumentos que oscilan entre la seguridad nacional, el control migratorio y la protección de propiedad intelectual, representa un giro preocupante. Si bien es legítimo que el Estado vele por sus intereses estratégicos, usar esa lógica para restringir la entrada de estudiantes a una universidad como Harvard es dispararse en el pie. Esas aulas han sido durante siglos un crisol de ideas globales, un laboratorio de innovación donde la diversidad no solo se celebra, sino que se necesita.


Seamos claros: Harvard no es solo una universidad. Es un símbolo. Es el faro de la educación superior en el mundo. Fundada en 1636, ha formado a presidentes, científicos pioneros y líderes en todas las disciplinas imaginables. La universidad ha impulsado avances que van desde tratamientos contra el cáncer hasta descubrimientos en inteligencia artificial. Muchos de esos logros fueron posibles, precisamente, gracias a la colaboración de mentes brillantes de todos los rincones del planeta. Excluir a los estudiantes internacionales de esta ecuación es, en efecto, aislar a EUA de su propio ecosistema de innovación. Es convertir a la ciencia en rehén de intereses políticos de corto plazo.


La reacción de Harvard ha sido contundente. La institución calificó la medida como “un ataque al espíritu de apertura intelectual” que define a la educación superior estadounidense. No están solos. Universidades de todo el mundo, organizaciones, científicos, diplomáticos y exalumnos se han unido para rechazar la decisión. No es solo una cuestión migratoria. Es una cuestión de visión: ¿qué tipo de país quiere ser Estados Unidos en el siglo XXI?


Si se sigue este camino, no solo perderán los estudiantes que se quedarán sin su sueño académico. Perderemos todos. Porque las grandes ideas no conocen fronteras, y la ciencia no florece detrás de muros. Con los estudiantes, sean de donde sean, ¡no, señor Trump!





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