Víctor Hugo Prado
El derecho a la educación superior está consagrado en distintas normativas y tratados internacionales como el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DDHH), que establece que "el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos".
En los últimos días, el anuncio del gobierno de Estados Unidos de querer revocar la autorización que permite a estudiantes extranjeros estudiar en la Universidad de Harvard ha encendido una alarma no solo en el ámbito académico, sino también en el corazón del modelo de sociedad abierta que este país dice defender.
La medida, justificada
con argumentos que oscilan entre la seguridad nacional, el control
migratorio y la protección de propiedad intelectual, representa un
giro preocupante. Si bien es legítimo que el Estado vele por sus
intereses estratégicos, usar esa lógica para restringir la entrada
de estudiantes a una universidad como Harvard es dispararse en el
pie. Esas aulas han sido durante siglos un crisol de ideas globales,
un laboratorio de innovación donde la diversidad no solo se celebra,
sino que se necesita.
Seamos claros: Harvard no es solo una
universidad. Es un símbolo. Es el faro de la educación superior en
el mundo. Fundada en 1636, ha formado a presidentes, científicos
pioneros y líderes en todas las disciplinas imaginables. La
universidad ha impulsado avances que van desde tratamientos contra el
cáncer hasta descubrimientos en inteligencia artificial. Muchos de
esos logros fueron posibles, precisamente, gracias a la colaboración
de mentes brillantes de todos los rincones del planeta. Excluir a los
estudiantes internacionales de esta ecuación es, en efecto, aislar a
EUA de su propio ecosistema de innovación. Es convertir a la ciencia
en rehén de intereses políticos de corto plazo.
La reacción
de Harvard ha sido contundente. La institución calificó la medida
como “un ataque al espíritu de apertura intelectual” que define
a la educación superior estadounidense. No están solos.
Universidades de todo el mundo, organizaciones, científicos,
diplomáticos y exalumnos se han unido para rechazar la decisión. No
es solo una cuestión migratoria. Es una cuestión de visión: ¿qué
tipo de país quiere ser Estados Unidos en el siglo XXI?
Si se
sigue este camino, no solo perderán los estudiantes que se quedarán
sin su sueño académico. Perderemos todos. Porque las grandes ideas
no conocen fronteras, y la ciencia no florece detrás de muros. Con
los estudiantes, sean de donde sean, ¡no, señor Trump!
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