domingo, 18 de mayo de 2025

En el Corazón de la Eternidad, la experiencia de ingresar a las entrañas de las Pirámides de Giza



Víctor Manuel Mendoza Sánchez*



Al acercarse a la Gran Pirámide de Giza, el tiempo parece disolverse. Frente a ti se alza una mole de piedra ancestral, con más de 4.500 años de historia a sus espaldas. Construida hacia el 2570 a.C. bajo el reinado del faraón Keops (también conocido como Khufu), esta maravilla arquitectónica fue en su momento la estructura más alta del mundo, alcanzando originalmente los 146 metros (hoy mide unos 138 por la erosión de la cúspide) y siendo la única de las 7 maravillas del mundo antiguo que aún se mantiene en pie. Está compuesta por unos 2,3 millones de bloques de piedra, cada uno pesando entre 2 y 30 toneladas, y alineada con una precisión astronómica que aún hoy asombra a los ingenieros y genera cientos de preguntas sobre su construcción.



Junto a ella, como un centinela dormido desde hace milenios, se encuentra la Gran Esfinge, tallada directamente en la roca del altiplano. Con cuerpo de león y rostro humano, posiblemente el del faraón Kefrén, hijo de Keops, la Esfinge ha sido símbolo de enigma y poder durante siglos. Su mirada de piedra, erosionada por el viento y el tiempo, parece seguirte mientras caminas por el complejo. Contemplar su perfil majestuoso con las pirámides de fondo es un instante casi onírico, donde lo mitológico se funde con lo real. Se dice que guarda secretos bajo sus patas, cámaras aún no descubiertas o quizás, respuestas que nadie está preparado para oír.

Se puede entrar al interior de las tres grandes pirámides de Giza, que son: Keops, Kefrén y Micerinos, aunque no siempre están abiertas al público al mismo tiempo, y el acceso a ellas implica un costo adicional. La experiencia es distinta en cada una, pero todas ofrecen una sensación única: la de adentrarte en uno de los lugares más antiguos y enigmáticos del mundo.





En esta aventura me tocó acceder al interior de la Pirámide de Micerinos, que era la se encontraba con acceso al publico ese día. Para lo cual se tuvo que pagar una entrada extra de $280 libras egipcias que equivale aproximadamente a $110 pesos mexicanos, sumados al costo de entrada general a la zona arqueológica de Giza que vale $700 libras egipcias equivalentes a $275 pesos mexicanos.

Me encuentro frente a la más pequeña de las tres grandes pirámides: la de Micerinos, también conocida como pirámide de Menkaura. Aunque su tamaño es más modesto comparado con Keops y Kefrén, su presencia impone respeto. Tiene una altura actual de 61 metros debido a la pérdida de su cubierta superior, aunque originalmente pudo haber llegado a medir 65 metros y tiene una base de 108.5 metros por lado. Los bloques de piedra caliza oscura que aún revisten parte de su base le dan un aire distinto, casi solemne. La entrada se sitúa unos metros por encima del nivel del suelo, y debo subir por una rampa o unas escaleras improvisadas. Al llegar, un pequeño pasadizo angosto me recibe. Me agacho ligeramente para atravesarlo. El aire es denso, caliente, y tiene ese aroma seco y pétreo que sólo los lugares sellados por siglos pueden tener.

El corredor desciende suavemente, excavado directamente en la roca, y la luz artificial parpadea a lo largo del trayecto. El silencio es absoluto, salvo por el eco de mis propios pasos y la respiración amplificada por las paredes de piedra. Después de caminar en cuclillas por un pasillo algo claustrofóbico, llego a una cámara más amplia: la cámara funeraria principal. Allí, en el corazón de la pirámide, debía yacer un sarcófago de basalto oscuro pero el lugar se encuentra vacío, ya que fue llevado a Inglaterra, pero el barco que lo transportaba se hundió en el mar en el año de 1838, cerca de Gibraltar. El techo es bajo y el ambiente, aunque tranquilo, se siente cargado de historia. Estoy rodeado por toneladas de piedra perfectamente alineadas de hace más de 4.000 años. No hay jeroglíficos, ni decoración en las paredes, la austeridad de la pirámide de Micerinos contrasta con la riqueza visual de las tumbas del Valle de los Reyes, pero eso mismo la hace más enigmática. Es un silencio lleno de preguntas. Me encuentro en el centro de una maravilla antigua. Y por un momento, parece que el tiempo se ha detenido.





Salir de la pirámide es como nacer de nuevo. Recorriendo un largo túnel en el que a lo lejos se visualiza un rayo de luz. La luz del sol, el aire cálido de Giza, el bullicio de turistas y camellos parecen irreales después del silencio eterno del interior. Me alejo mirando hacia atrás, comprendiendo que no solo estuve en una tumba, sino en el corazón mismo de una civilización que desafiaba el olvido con piedra y eternidad. Y al cruzar de nuevo la mirada con la Esfinge, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué secretos sigue custodiando este guardián de enigmas bajo el sol implacable del desierto?

Napoleón Bonaparte visitó Egipto en 1798 durante su campaña militar. Fascinado por el poder y el misterio de las pirámides, pidió pasar una noche solo, dentro de la Gran Pirámide. Al salir al amanecer, pálido y en silencio, sus oficiales le preguntaron qué había experimentado. Napoleón solo respondió: “Aunque os lo contara, no me creerías.” Hasta el final de sus días, jamás reveló lo que vivió esa noche. Algunos creen que tuvo una revelación, otros, una visión. Quizás, simplemente sintió la misma opresión y maravilla que aún sentimos hoy los que nos atrevemos a entrar, y al igual que Napoleón jamás revelaré lo que mi cuerpo y mi alma sintieron y experimentaron al estar en su interior.



*Consorcio del Capítulo Sur, de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Popular Posts