jueves, 18 de enero de 2024

José Agustín: de la Onda y otras historias


 

 José Luis Vivar

 

 

Con el fallecimiento de José Agustín (1944-2024) finaliza una época de escritores que en su momento brillaron por publicar libros que estaban dedicados a los jóvenes de los años sesenta del Siglo XX. Al lado de Parménides García Saldaña (1940-1982), Gustavo Sáenz (1940-2015) y René Avilés Fabila (1940-2016), formaron parte de una nueva era en la Literatura.



Las historias de la vida rural, de los caudillos revolucionarios y de los conflictos en el campo, quedaron atrás y en su lugar aparecieron temas relacionados con el Rock, las drogas, el sexo, las frustraciones, los anhelos, y la difícil comunicación en el mundo los adultos.


            La irrupción en la escena literaria trajo consigo detractores que minimizaban su trabajo. Eran muchos quienes los atacaban desde sus trincheras en revistas y periódicos. Una de sus acérrimas críticas, Margo Glantz, los nombró de forma despectiva autores de la Onda. Porque para ella, escribir con lenguaje coloquial, utilizando palabras altisonantes, expresiones en inglés o francés, atentaba contra la tradición mexicana de las letras.


     


       José Agustín siempre negó ser encasillado como un escritor juvenil. Le molestaba que lo llamaran de esa forma. Si bien es cierto que sus dos primeras novelas: La Tumba (1964) y De Perfil (1966), tratan sobre adolescentes, el resto de su obra es variada, aunque seguido los protagonistas eran precisamente jóvenes.


            Incursionó en el cuento, el ensayo, el guionismo, la crónica, el teatro y el periodismo. Aunque para conocerlo a fondo se deben leer sus autobiografías, de manera particular El Rock de la Cárcel, donde entre otras cosas narra su vida como maestro en el programa de alfabetización en Cuba, y sus días como preso en Lecumberri, donde además de escribir su novela Se Está Haciendo Tarde (Final en la Laguna), conoció al escritor José Revueltas, con quien tiempo después escribiría el guion de El Apando.





            Rebelde, desinhibido, incontrolable, lo definía Vicente Leñero en los años sesenta, con el tiempo se convirtió en alguien reflexivo, analítico y observador de la vida. Fiel al estudio y a la consulta del I Ching, desarrolló una conducta espiritual que lo acompañaría hasta el último de sus días.


            La obra literaria de José Agustín está vigente y sigue ganando adeptos, aunque en su momento se deslindó del culto a su persona. Fiel a sí mismo, escribió sobre los hippies, aunque jamás fue uno de ellos. Criticó al sistema político mexicano, pero nunca se declaró admirador de Marx o Engels. Y como Huxley experimentó con drogas y plasmó sus experiencias.


Finalmente, dio voz al sentir de su generación, pero también a las que venían detrás. Despojó a la Literatura de toda pompa solemne, y la hizo accesible sin que perdiera su nivel de calidad. Inspiró a muchos jóvenes a convertirse en escritores, y eso siempre se lo agradeceré.




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