viernes, 21 de julio de 2023

La Misericordia en Zapotlán

 

Misericordiosos como el padre. Foto: FG Castolo

 

Salvador Encarnación

                                                                            

Para Fernando G. Castolo

 

          

El pelo le cubre un tercio del rostro. Un pedazo de tela tapa sus partes nobles. Ahí, en el muro, le acompañan dos cirios cuya luz crean sombras para cubrir su cuerpo.




            Hace siglos la maldad lo llevó al sacrificio. Él cargó la cruz cuyo peso era menor al de los golpes que le tundieron los soldados o a los gritos y escupitajos que le aventó la turba. Era casi el mediodía de un viernes que aparentaba su atardecer. Unos cuantos, de su lado, lo acompañaban. Hombres cultos identificaron a tres mujeres con el nombre de María: su madre, la esposa de José el carpintero; María la madre de Jacobo; y María de Magdala, la pública. Otra mujer, su discípula, “…la madre de los hijos de Zebedeo” era quizá Salomé, esta de buenas costumbres. Más lejos, quizá, estaba Verónica, la mujer que le limpió el rostro en su camino al Calvario.  


Miro el Cristo y escucho el silencio.  No hay queja ni movimiento alguno. Los cirios dan más sombras que luz.


Fue un viernes cuando todo estaba al revés: Los malos eran más que los buenos; el sacrificado perdonando a sus verdugos: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". La mañana que parecía tarde.  





            Miro el Cristo y veo su cabeza reclinada hacia uno de sus brazos, buscando, quizá, el reposo. Del mismo lado tiene una herida en su costado, hasta el fondo, entre las costillas: La señal de la muerte.


            José, un viejo de Arimatea, “senador noble” y millonario fue sin temor con Pilatos para a pedir el cuerpo del crucificado. Fue recibido porque él era uno de ellos. Falso. Él también “…esperaba el reino de Dios”. Compró una sábana nueva y envolvió en ella el cuerpo para ser sepultado en una tumba que era de su propiedad. Lo enterraron a lo pobre. Acompañado por unos cuantos. Era el hijo del carpintero, sin casa ni herencia para repartir.


            Unas mujeres fueron “el primer día de la semana” a visitarlo. Era la costumbre. La piedra estaba movida y la tumba vacía.  Los custodios del terreno no supieron explicar lo que pasó. 


            Llegaron con los días noticias de lejos. "Yo lo miré". "Dicen que platicó con dos hombres del pueblo de Emmaús".


            Zapotlán es el Grande por José. ¿Qué harán los tlayacanques si les presento este Cristo? 


            Los cirios reclaman el silencio. Las ideas y los recuerdos huyen.


            Los poderosos han muerto. A él lo siguen mirando por todo el mundo. Aquí y allá quienes lo encuentran lo nombran como Jesús, pero le cambian de atributo. Por allá es el Señor de la Salud, por aquel lado el Dulce Nombre de Jesús, más al sur el Señor del Perdón, aquí en Zapotlán, el Señor de la Misericordia.


A lo lejos alguien canta: “Misericordes sicut Pater…”. El Nevado está lleno de nubes. Ese paisaje, con su aire fresco, trae las palabras de Fray Luis de León: “Sobre la cumbre de los montes”, que es otra forma de citar al Misericordioso.  



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Popular Posts