Los cuerpos se buscan
I
Esa
noche, en el abrazo, supo que la amaba. La ciudad entonces se detuvo. Las
avenidas, donde autos cruzaban a gran velocidad, desaparecieron: la fuerza y el
cataclismo que es toda urbe. Peces variables e iridiscentes (en sus escamas)
pararon también: porque la noche dejó a los cuerpos en unión. La forma
realizada, en la proximidad, abrió la fuente: peces saltaron por los aires y
sobre una ola. Advenediza el agua alcanzó la calle hasta llegar al auto y a los
seres en abrazo. Luego se dispersó.
La asfixia —ahora— hace a los peces dar saltos sobre el pavimento. Después, acostumbrados al aire que llega, les da una nueva vida apenas descubierta. Por la costumbre de su naturaleza no saben al comienzo erguirse y caminar. Pasado el asombro se levantan y echan a andar por las banquetas. Repentinos acomodan los sombreros en sus cabezas y alargan los pasos hacia la tienda más cercana y compran cigarrillos. Húmedos no adivinan en sus bolsillos el dinero a la hora del pago: dan al azorado dependiente una propina de sal. Se marchan.