Pero, ¿acaso la confianza nos exige que
hagamos la vista gorda a los motivos de otra gente, o de hecho, a los
nuestros? Claro que no; esto sería una locura. Sin duda, debemos
considerar, en toda persona en que confiemos, tanto su capacidad para
perjudicar como su capacidad para hacer bien. Un inventario privado
de este tipo puede enseñarnos el grado de confianza que debemos
extender en cualquier situación determinada.
Yo no soy víctima
de otros, sino más bien una víctima de mis esperanzas, de mis
decisiones y de mi deshonestidad. Cuando espero que otros sean lo que
yo quiero que sean y no lo que ellos son, cuando ellos no cumplan con
mis expectaciones, entonces me siento lastimado. Cuando mis
decisiones se basan en mi egocentrismo, me siento solitario y
receloso. Sin embargo, cuando practico la honestidad en todos mis
asuntos, invariablemente gano confianza en mí mismo.
Cuando
examino mis motivos y soy honesto y confiado, soy consciente de los
posibles daños que algunas situaciones pueden entrañar y puedo
evitarlas.
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