Dr.
Abel Pérez Zamorano
México es la décima economía más
desigual. La acumulación de la riqueza en una élite de
milmillonarios se impone de manera avasalladora. A ese respecto, bajo
el título: Del beneficio privado al poder de lo público: Financiar
el desarrollo, no la oligarquía, Oxfam publicó el 25 de junio un
detallado informe sobre la acumulación en el mundo y en México.
Sigue aumentando el número de personas que poseen más de mil
millones de dólares (suman tres mil). En la última década han
surgido mil 202 milmillonarios nuevos, y dentro de diez años habrá
cinco billonarios. “Desde 2015, el uno por ciento más rico ha
incrementado su riqueza en unos 33.9 billones de dólares, cantidad
con la que se podría acabar con la pobreza mundial anual más de 22
veces. Actualmente, ese uno por ciento acapara más riqueza que todo
el 95 por ciento más pobre” (Oxfam). Y, como necesario correlato,
en aberrante contradicción, más de tres mil 700 millones de
personas (el 46 por ciento de la población) viven por debajo del
umbral de la pobreza. Y más de 700 millones viven con hambre (Banco
Mundial).
Y no es por falta de riqueza. La hay, y cada día
más. El Union Bank of Switzerland, UBS, publicó que en el mundo:
“en los últimos 25 años se ha producido un aumento notable y
constante de la riqueza (...) La riqueza total ha aumentado a una
tasa anual de 3.4 por ciento (sin embargo) el número de personas que
tienen entre uno y cinco millones de dólares en activos invertibles
se ha multiplicado por más de cuatro” (La Jornada, UBS, 18 de
junio). He aquí, en términos de Marx, la contradicción fundamental
del capitalismo: la producción es cada vez más social, mientras la
apropiación es cada vez más individual, y la confirmación, con
creces, de su “Ley general de la acumulación del capital”.
La
evidencia antes expuesta prueba lo absurdo de la “teoría de la
filtración”, según la cual, si la riqueza aumenta, beneficia a
todos; pero no: el mercado por sí solo no distribuye, sino que
concentra, evidenciando así la necesidad de instrumentar mecanismos
distributivos desde el Estado.
Y Oxfam advierte que la
acumulación trae consigo el aumento del poder político del capital:
“Esta inmensa concentración de riqueza se ha traducido en poder
político, en un viraje hacia una oligarquía que permite a los
ultrarricos influir en la toma de decisiones políticas y económicas
de modo que aumenten sus fortunas y mermen los esfuerzos por crear
una sociedad más equitativa” (Oxfam, 2025). El poder económico,
también lo advirtió Marx, se traduce necesariamente en poder
político; es un soberano disparate pretender separar uno del otro, y
nuestra realidad así lo indica: hoy detentan aquí el poder los más
ricos, como siempre, y el gobierno está a su servicio.
Una
manifestación de ese inmenso poder económico-político de los
monopolios es su capacidad para imponer a los gobiernos un régimen
fiscal de privilegio para ellos (regresivo) y que traslade la carga
impositiva a los sectores de más bajos ingresos: “La reducción de
la imposición fiscal a las grandes fortunas y las grandes empresas
que se ha registrado en las últimas décadas, junto a un
catastrófico aumento de los pagos de deuda soberana, ha afectado
considerablemente a la capacidad de los Estados para ofrecer
servicios públicos tales como agua potable, educación y cuidados”
(Oxfam, 2025). Esto va en línea con lo hecho por Trump en su
presupuesto, donde redujo drásticamente los impuestos a los ricos;
también López Obrador rechazó cobrarles más impuestos aquí. Así,
la riqueza se concentra en manos privadas, a la par que menguan los
recursos del erario, indispensables para que los gobiernos atiendan
las necesidades sociales.
Si bien la extracción de la
plusvalía es la causa última de la acumulación, ésta se refuerza
con la política fiscal. “En América Latina, la mitad de la
población más pobre paga aproximadamente 45 centavos en impuestos
por cada dólar que gana, mientras que 1% de la población más rica
paga menos de 20 centavos por cada dólar, revela un análisis de la
organización Oxfam México” (El Economista, ocho de octubre de
2024).
Nuestro país destaca mundialmente por la voracidad de
su clase capitalista. “tan solo dos mexicanos poseen tanta riqueza
como 50 por ciento de la población de toda América Latina (...) En
México, uno por ciento de las personas más ricas se ha quedado con
casi 25 de cada 100 pesos de la nueva riqueza creada en lo que va del
Siglo XXI, mientras que 50 por ciento más pobre se ha quedado con
sólo 1.5 de cada 100 pesos, según datos de Oxfam” (El Economista,
ocho de octubre de 2024).
Según el citado informe de UBS,
México es la décima economía más desigual. “Al cierre del año
pasado había 399 mil personas con patrimonios superiores a un millón
de dólares, que en conjunto tienen alrededor de la mitad del valor
de la economía mexicana” (La Jornada, 18 de junio). Es decir, el
0.31 por ciento de la población posee la mitad de la riqueza
nacional. Y se ahonda el fenómeno: entre 2023 y 2024 el número de
mexicanos con más de mil millones de dólares registró un
incrementó de 57 por ciento (de 14 a 22 personas), “el mayor de
América Latina” (La Jornada, seis de diciembre de 2024).
Y
surgen más milmillonarios. “Hay casos como el de Fernando Chico
Pardo o los hermanos Coppel Luken, quienes no aparecían en la
publicación (de Forbes) antes de la llegada del gobierno de la
denominada Cuarta Transformación” (La Jornada, dos de abril de
2025). Tampoco figuraba Juan Domingo Beckmann Legorreta: ingresó en
2021. En síntesis, “… un reducido grupo de 22 familias
empresariales mexicanas acumularon al cierre de 2024 una fortuna
conjunta que equivale a 9.4 por ciento del valor de la economía
nacional” (Forbes, La Jornada, dos de abril). No mentía López
Obrador cuando dijo que en su gobierno ni un solo rico había perdido
dinero; pero eso es poco: ganaron mucho más. Son los verdaderos
beneficiarios de la “Cuarta Transformación”, cuyo lema es
“primero los pobres”.
Como consecuencia, la sociedad
mexicana va polarizándose: de un lado una élite de multimillonarios
acaparadores, y del otro los verdaderos creadores de la riqueza, cada
día más numerosos y más pobres. A esto no puede dar solución
ningún gobierno capitalista en el mundo. Ni el mexicano en
particular, pues por más que se ostente como “de izquierda” y
amigo de los pobres, en realidad forma parte del engranaje de poder
del capital financiero y monopólico global, y aplica las mismas
políticas que aquél dicta. La política fiscal es la misma, en lo
que hace a la recaudación y al gasto público, que privilegia a las
grandes empresas, mientras para los sectores sociales más
desprotegidos la respuesta gubernamental es siempre la misma: “no
hay recursos”.
Para enfrentar esta bárbara situación se
impone de manera apremiante la necesidad de echar abajo el modelo
neoliberal depredador y sustituirlo por uno más justo y humano, que
distribuya la riqueza y reduzca la brecha del ingreso y la
desigualdad. En este contexto, cobra hoy más vigencia que nunca la
propuesta económica del Movimiento Antorchista Nacional, formulada
desde hace años por nuestro secretario general, el ingeniero Aquiles
Córdova Morán, y que puede sintetizarse así: 1) creación de
empleos formales suficientes para todos los mexicanos que puedan y
deseen trabajar; 2) fuerte elevación de los salarios; 3)
instrumentación de un régimen fiscal progresivo donde paguen
proporcionalmente más los sectores de más altos ingresos, que
paguen menos quienes ganan menos, o nada, si no perciben ingresos; y,
finalmente, 4) reorientación del gasto público atendiendo
preferentemente a los olvidados de siempre, a los sectores sociales
de más bajos ingresos, a sus colonias populares y comunidades
campesinas.
Pero, ciertamente, para realizar esta profunda
reforma económica se requiere como preparación la acción política
colectiva centralizada, obra reservada sólo a las grandes masas
trabajadoras, concretamente, que ellas mismas gobiernen el país.
Para ello es condición indispensable que dispongan de su propio
partido que las eduque, organice, discipline y dirija. Ésta es la
tarea que todos los mexicanos verdaderamente humanistas debemos
emprender urgentemente. El pueblo sufre.
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