Si antes la humildad había
significado para nosotros la abyecta humillación, ahora empieza a
significar el ingrediente nutritivo que nos puede deparar la
serenidad.
¿Con cuánta frecuencia me concentro en mis
problemas y frustraciones? Cuando estoy pasando un “buen día”,
estos mismos problemas disminuyen de importancia y mi preocupación
por ellos mengua. ¿No sería mejor si pudiera encontrar una fórmula
para dar rienda suelta a la “magia” de mis “días buenos” y
aplicarla a los pesares de mis “días malos”? ¡Ya tengo la
solución! En vez de tratar de huir de mis dolores y desear que se
vayan mis problemas, puedo rezar para obtener la humildad. La
humildad curará el dolor. La humildad me sacará de mí mismo. La
humildad, esa fortaleza concedida para mí por ese “poder superior
a mí mismo” es mía sólo con pedirla. La humildad devolverá el
equilibrio a mi vida.
La humildad me hace posible aceptar
alegremente mi condición humana.
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