miércoles, 13 de agosto de 2025

Monstruos

 



Brasil Acosta Peña



Dice Guillén: “Señor, Señor, ¿por qué odiarán los hombres al que lucha, al que sueña y al que canta? ¿Qué puede un cisne dulce guardar sino ternuras en el alma? ¡Cuán doloroso es ver que cada ensayo para volar provoca una pedrada, un insulto mordaz, una calumnia! ¿Por qué será la humanidad tan mala?



En una clausura de las escuelas de Tecomatlán, el ingeniero Aquiles Córdova Morán calificó de monstruos a los dueños del capital que están dispuestos a todo con tal de mantener su hegemonía y de ejemplo puso el caso de Israel, que ha atacado a los palestinos con saña.

¿Cuántas condenas? ¿Cuántas películas de denuncia? ¿Cuántos libros y literatura se han escrito para condenar las atrocidades del nazismo en contra de los judíos? Se han hecho millones de condenas, cientos de películas y miles de libros y artículos académicos sobre los crímenes cometidos contra los judíos por parte del imperialismo alemán, cuya cara monstruosa era Hitler. Ejemplos de esas películas son Shoah (1985); La decisión de Sophie (1982); La lista de Schindler (1993); La vida es bella (1997); El pianista (2002); El niño con el pijama de rayas (2008); El hijo de Saúl (2015); El fotógrafo de Mauthausen (2018); Jojo Rabbit (2019); La zona de interés (2023); y obras literarias como el famosísimo Diario de Ana Frank, entre muchas otras más.




En la Segunda Guerra Mundial se derrotó al imperialismo alemán gracias, fundamentalmente, al sacrificio del pueblo ruso, que aportó 27 millones de vidas, de las cuales tan solo 10 millones eran militares, el resto eran civiles; sin embargo, no se exterminó al imperialismo y las exiguas fuerzas rusas no lo podían hacer en ese momento dadas sus condiciones de devastación, debilidad y pérdida de vidas humanas. Por eso las tres potencias fundamentales, la URSS, Estados Unidos (EE. UU.) e Inglaterra pactaron en Postdam. A la muerte de Stalin, en el año de 1953, a sólo ocho años de haber concluido la Segunda Guerra Mundial, el poder quedó en manos no revolucionarias y no se combatió con energía al imperialismo norteamericano, se le dejó vivir y hoy estamos sufriendo las consecuencias. Por cierto, el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, cuando ya no era necesario, fue una muestra de fuerza y mensaje contra toda la humanidad y, sobre todo, contra la Unión Soviética, para dejar en claro quién tenía el mayor poder destructor y a quién debía subordinarse el mundo.





Pero esas bombas hablaban en nombre de unos cuantos, de quienes han impuesto siempre la política del capital en favor de los ricos, que han sometido a la humanidad entera al dominio y control brutal (muchas veces sigiloso); esas bombas representaban el predominio de la propiedad privada sobre la propiedad colectiva; hablaban a favor de los magnates del dinero y no del pueblo norteamericano, que permanece explotado por los dueños de los medios de producción. Las bombas nucleares lanzaban el mensaje de que quien no siguiera las instrucciones imperialistas de EE. UU. estaría sometido, indiscutiblemente, a la violencia nuclear o militar, que es como se ha impuesto a lo largo de los años, después de la Segunda Guerra Mundial, nuestro vecino del norte.

Y no se crea que esas amenazas se ciñen sólo sobre el pueblo de Palestina, no; hoy se amenaza a México, pues al declarar que los cárteles mexicanos de las drogas son terroristas, las leyes norteamericanas permiten la incursión militar en nuestro territorio “para combatirlos”, sin respetar nuestra soberanía ni mediar acuerdo con el gobierno mexicano, lo cual es riesgoso y un peligro inminente que no debemos ignorar y al cual nos debemos oponer.





Pues bien, esas bombas representan la imposición violenta del capital sobre los trabajadores como filosofía única y generalizada en el mundo, de tal suerte que ningún país puede aspirar a romper la contradicción fundamental del capitalismo, es decir, que la producción tiene un carácter social, pero la apropiación de la riqueza producida tiene un carácter privado; por ende, romper con la contradicción implica que la riqueza tenga, como la producción, también un carácter social. Un judío declaró recientemente que los niños de Gaza debían morir porque son futuros terroristas, que por ello se justifica su asesinato. Ésos son los monstruos.

El imperialismo norteamericano está dispuesto a todo, menos a ceder la riqueza que obtiene de explotar a los trabajadores. Por el contrario, hoy los líderes del pueblo judío, que en el pasado fue víctima de la rudeza del imperialismo y que perdió seis millones de vidas en la Segunda Guerra Mundial, están matando en Gaza al pueblo palestino a balazos, con bombas y, sobre todo y lo más terrible, de hambre.




“Al menos 175 personas, entre ellas 93 menores de edad, murieron recientemente debido al hambre en la Franja de Gaza, informó el Ministerio de Salud del enclave. También declaró que el número total de víctimas desde la escalada del conflicto en Gaza, que comenzó en octubre de 2023, ha aumentado a 60 mil 430 personas, mientras que más de 148 mil han resultado heridas” (TASS, tres de agosto de 2025). Sin embargo, la posición de los representantes del gobierno judío de Israel, ahora monstruos como los otrora nazis, señalaron a través del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, que están “decididos a destruir al movimiento palestino Hamás” y, además, si los monstruos de Israel no fueran suficientes, el embajador de EE. UU. en Israel declaró que si Israel “está cometiendo genocidio” contra la población palestina de la Franja de Gaza, “entonces lo está haciendo terriblemente mal” (RT, tres de agosto de 2025); es decir, para el funcionario estadounidense hace falta matar con más saña, con bombas y de hambre, a un pueblo en nombre de los ricos judíos dueños del capital para hacer de la Franja de Gaza un “paraíso” para que lo disfruten los adinerados, sin importar que Gaza ya estaba ocupada cuando llegaron a imponer el Estado israelí en 1948.

No podemos estar de acuerdo con el genocidio cometido contra el pueblo palestino por los líderes judíos del Estado de Israel, apoyados decididamente por EE. UU. y, en ese sentido, los únicos que podemos parar esos atropellos terribles somos los pueblos del mundo organizados y educados. Debemos levantar la voz y hacer que se escuche fuerte y claro. Para ello debemos ir más allá, debemos luchar para alcanzar en México un gobierno por y para el pueblo, un pueblo donde realmente gobierne el pueblo y pueda tomar decisiones trascendentales, como oponerse al genocidio en Gaza y aliarse con Rusia y con China para la construcción de un mundo multipolar y mejor, donde no haya monstruos, sino seres humanos que busquen el bien de la humanidad y no la muerte y el desastre. ¡Alto a los monstruos!




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