Mariano Cariño Méndez
El
Área Metropolitana de Guadalajara (AMG) es un conjunto de municipios
del estado que se precian de su progreso, y, sin embargo, son también
el escenario de una paradoja moderna: mientras surgen torres de
departamentos de lujo como símbolos de prosperidad, miles de
familias jaliscienses ven cada vez más lejano el derecho a un techo
propio. Esta crisis no es un fallo del sistema, sino su consecuencia
lógica. Vivimos una era de productividad sin precedentes. La
tecnología y la industria permiten generar riqueza más que
suficiente para garantizar una vida digna para todos; sin embargo, el
modelo económico capitalista es extraordinario para producir, pero
un fracaso para distribuir. Su lógica inherente concentra la riqueza
en pocas manos, creando un abismo entre quienes acumulan fortunas
inimaginables y quienes luchan por satisfacer necesidades
básicas.
La injusta distribución de la riqueza vuelve a dejar
de manifiesto la separación de la sociedad en dos grandes clases
sociales: una minoría que acapara los frutos de la producción y una
mayoría trabajadora que sobrevive con lo que puede. No se trata de
una teoría abstracta. Como advirtió el astrofísico Stephen
Hawking: “Si las máquinas producen todo lo que necesitamos, el
resultado dependerá de cómo se distribuyen las cosas: todo el mundo
podrá disfrutar de una vida de lujo ociosa si la riqueza producida
por las máquinas es compartida, o la mayoría de la gente puede
acabar siendo miserablemente pobre si los propietarios de las
máquinas cabildean con éxito contra la redistribución de la
riqueza; hasta ahora, la tendencia parece ser hacia la segunda
opción, provocando cada vez mayor desigualdad”. El problema de la
vivienda es el síntoma más claro de esta tendencia en el estado.
Se
produce de manera social, pero hay una apropiación privada de la
riqueza producida, situación que se expresa de manera lacerante y
brutal en el mercado de la vivienda. Bajo el capitalismo, la vivienda
deja de ser un derecho fundamental para ser una mercancía cuyo
acceso está determinado por la capacidad de pago. Esto excluye a
quienes no pueden pagarla, especialmente a la clase trabajadora. Su
valor de uso —capacidad y utilidad para satisfacer necesidades
humanas básicas, como la de un lugar para vivir— queda subordinado
por completo a su valor de cambio. Así, los desarrolladores
inmobiliarios no construyen para satisfacer una necesidad social,
sino para obtener la máxima ganancia generada por los trabajadores
de la construcción. La situación en la tierra del tequila es muy
complicada en este aspecto, veamos.
Según datos del Instituto
de Información Estadística y Geográfica (IIEG), muestra cómo en
el periodo de 2013 a 2024 el costo de la vivienda aumentó 138 por
ciento, mientras que el salario base promedio en Jalisco incrementó
solo el 10 por ciento. Por lo tanto, el incremento al ingreso de las
y los trabajadores se quedó relegado comparado con el aumento en el
costo de la vivienda. Esta situación aleja a la población de la
oportunidad de poder comprar una vivienda. Según el IIEG, el valor
promedio de venta en 2024 en Jalisco es de 1.83 millones de pesos, lo
que implica que, en un esquema de 20 años y con 10 por ciento de
enganche, la persona o familia tenga ingresos de al menos 49 mil 106
pesos para poder pagar 19 mil 552 pesos al mes sin ver afectadas las
demás necesidades. En el estado, solo pocas personas perciben esas
cantidades al mes. Para comprar una vivienda a precio promedio, con
el esquema descrito por el IIEG, se requieren ingresos mensuales de
55 mil pesos; sin embargo, solo el 6.59 por ciento de quienes tienen
un empleo formal gana arriba de 50 mil pesos mensuales.
Rentar
tampoco es viable. El costo promedio de renta mensual en la entidad
es de $31,696, equivalente a entre 12 y 14 salarios mínimos. Sin
embargo, 6 de cada 10 jaliscienses ganan hasta 2 salarios mínimos.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(INEGI), hacen falta 449 mil viviendas en todo el estado y, sin
embargo, hay 70,000 viviendas abandonadas, ya que se construyen miles
de casas en zonas alejadas, sin servicios básicos, sin empleo
cercano y con problemas de movilidad, condenando a estos
“desarrollos” a la desocupación y al deterioro. Hay ‘casas sin
gente y gente sin casa’. En Jalisco hay un total de 2.3 millones de
viviendas habitadas, de las cuales 278 mil cuentan con menos de 45
metros cuadrados de construcción; conocidas como “casas huevito”,
por su tamaño tan reducido. Según datos de la Encuesta Nacional de
Vivienda, bajo el capitalismo, la clase trabajadora está condenada a
vivir de manera hacinada. Una vez más, se antepone la obtención de
la máxima ganancia sobre la dignidad humana. Vaya, así opera un
sistema profundamente descompuesto que exhibe su decadencia
estructural.
Considerando el ingreso promedio de los mexicanos
y el porcentaje recomendado, 30 por ciento, para destinar al pago de
vivienda, se requerirían 20 años de trabajo continuo para poder
pagar una casa a precio promedio, sin tomar en cuenta los intereses
bancarios; para Jalisco la situación es aún más crítica, pues se
necesitan 43 años, prácticamente una vida entera para poder tener
una vivienda. La crisis es evidente, pero lo más importante es
comprender con claridad que el responsable de esta situación es el
modo de producción capitalista vigente. Ante estas desgracias, ¿cuál
ha sido el papel del Estado? Ninguno, es más que evidente; basta con
mirar a nuestro alrededor y observar que la clase trabajadora sigue
sufriendo por no poder cubrir este derecho fundamental.
El
problema de la vivienda, tal como lo conceptualizó Engels, no es un
hecho aislado, sino una institución necesaria del sistema
capitalista, que se intensifica con la migración masiva de
trabajadores hacia grandes centros urbanos. Esta dinámica, visible
hoy a nivel global, especialmente en el mundo subdesarrollado, genera
hacinamiento, arrabales y una escasez que afecta a millones, agravada
por alquileres inalcanzables y salarios por debajo del valor de la
fuerza de trabajo. Por lo tanto, su solución definitiva no radica en
reformas o cambios de autoridades, sino en la abolición del orden
social que lo origina. Recientemente se ha aprobado una reforma a la
ley de vivienda en el estado de Jalisco, ¿pero tendrá los alcances
que necesita la clase trabajadora? Recordemos que las reformas dentro
del modo de producción capitalista solo son un analgésico para
adormecer el espíritu de lucha de la clase trabajadora, desviarla de
su papel fundamental de clase, que es la organización y la lucha
para acabar con el problema en su origen, como lo sintetiza el gran
poeta francés Víctor Hugo: “Vosotros queréis socorrer a los
pobres, yo quiero abolir la miseria”; eso es lo que debemos buscar
como clase trabajadora, atacar en su origen a los problemas, no en su
forma. Mañana puede ser demasiado tarde. Que conste.
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