Víctor
Hugo Prado
En
las ciudades grandes y medianas como la nuestra, el rugido del
tráfico, la música a alto volumen y las actividades
productivo-comerciales se han convertido en parte del paisaje sonoro
cotidiano. Pocos sabemos que detrás de estos sonidos urbanos, se
esconde una amenaza silenciosa, invisible.
Aun cuando el
artículo 104 de la Ley Estatal del Equilibrio Ecológico y
Protección al Ambiente (LEEPA) que señala que “toda persona tiene
la obligación de participar en la gestión ambiental e intervenir
activamente en su comunidad para la defensa y conservación del medio
ambiente (…)”, en la realidad participamos poco o nada, llámense
autoridades o ciudadanía en general. El ruido excesivo proviene
principalmente del tránsito vehicular, obras en construcción,
bares, mercados, fiestas privadas o de maquinaria industrial,
violando, además, Normas Oficiales Mexicanas (NOM-081-SEMARNAT-1994
y NOM-080-ECOL-199) que establecen los límites máximos permisibles
de emisión de ruido y su método de medición.
Diversos
estudios internacionales y locales advierten que el ruido crónico
puede provocar estrés, trastornos psicológicos como paranoia,
irritabilidad, mal humor, alteraciones en el rendimiento intelectual,
trastornos del sueño, hipertensión e incluso enfermedades
cardiovasculares. En niños, los efectos pueden incluir dificultades
de aprendizaje y retraso en el desarrollo del lenguaje. La exposición
constante a niveles elevados de ruido es comparable a vivir con una
fuente de estrés permanente. El ruido repercute en la disminución
de la capacidad auditiva o sordera. No perdamos de vista que la
pérdida auditiva conlleva consecuencias que afectan la vida
cotidiana debido a que dificulta las relaciones sociales, disminuye
el rendimiento laboral, limita las oportunidades de trabajo, provoca
sentimiento de aislamiento, soledad y depresión.
No se usted,
pero yo advierto una ciudad que ha perdido su tranquilidad. El exceso
de vehículos motorizados de cuatro y dos ruedas con escapes
abiertos, el uso de bocinas en comercios instaladas en las banquetas,
como si ello garantizara un mayor volumen de ventas; la música en
los autos que amenazan romper los cristales de las ventanas, han
detonado un complejo problema que -como se dijo- impacta la
salud.
No debemos normalizar el ruido. Hace falta que los
ciudadanos denunciemos y reclamemos un ambiente más sano, libre de
ruido. No lo hacemos muchas veces por desconocimiento de los canales
disponibles o desconfianza en la efectividad del reclamo. La solución
pasa por una combinación de educación, fiscalización efectiva,
aplicación de la norma y planificación urbana. También es clave
facilitar la denuncia de ruidos molestos mediante plataformas
digitales y campañas de sensibilización.
Mientras tanto, la
recomendación para la población es clara: protegerse del ruido es
tan importante como cuidar la alimentación o hacer ejercicio.
Porque, aunque no lo veamos, el ruido nos está enfermando.
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