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martes, 1 de julio de 2025

Ruido: el enemigo invisible

 




Víctor Hugo Prado


En las ciudades grandes y medianas como la nuestra, el rugido del tráfico, la música a alto volumen y las actividades productivo-comerciales se han convertido en parte del paisaje sonoro cotidiano. Pocos sabemos que detrás de estos sonidos urbanos, se esconde una amenaza silenciosa, invisible.




Aun cuando el artículo 104 de la Ley Estatal del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente (LEEPA) que señala que “toda persona tiene la obligación de participar en la gestión ambiental e intervenir activamente en su comunidad para la defensa y conservación del medio ambiente (…)”, en la realidad participamos poco o nada, llámense autoridades o ciudadanía en general. El ruido excesivo proviene principalmente del tránsito vehicular, obras en construcción, bares, mercados, fiestas privadas o de maquinaria industrial, violando, además, Normas Oficiales Mexicanas (NOM-081-SEMARNAT-1994 y NOM-080-ECOL-199) que establecen los límites máximos permisibles de emisión de ruido y su método de medición.

Diversos estudios internacionales y locales advierten que el ruido crónico puede provocar estrés, trastornos psicológicos como paranoia, irritabilidad, mal humor, alteraciones en el rendimiento intelectual, trastornos del sueño, hipertensión e incluso enfermedades cardiovasculares. En niños, los efectos pueden incluir dificultades de aprendizaje y retraso en el desarrollo del lenguaje. La exposición constante a niveles elevados de ruido es comparable a vivir con una fuente de estrés permanente. El ruido repercute en la disminución de la capacidad auditiva o sordera. No perdamos de vista que la pérdida auditiva conlleva consecuencias que afectan la vida cotidiana debido a que dificulta las relaciones sociales, disminuye el rendimiento laboral, limita las oportunidades de trabajo, provoca sentimiento de aislamiento, soledad y depresión.





No se usted, pero yo advierto una ciudad que ha perdido su tranquilidad. El exceso de vehículos motorizados de cuatro y dos ruedas con escapes abiertos, el uso de bocinas en comercios instaladas en las banquetas, como si ello garantizara un mayor volumen de ventas; la música en los autos que amenazan romper los cristales de las ventanas, han detonado un complejo problema que -como se dijo- impacta la salud.

No debemos normalizar el ruido. Hace falta que los ciudadanos denunciemos y reclamemos un ambiente más sano, libre de ruido. No lo hacemos muchas veces por desconocimiento de los canales disponibles o desconfianza en la efectividad del reclamo. La solución pasa por una combinación de educación, fiscalización efectiva, aplicación de la norma y planificación urbana. También es clave facilitar la denuncia de ruidos molestos mediante plataformas digitales y campañas de sensibilización.

Mientras tanto, la recomendación para la población es clara: protegerse del ruido es tan importante como cuidar la alimentación o hacer ejercicio. Porque, aunque no lo veamos, el ruido nos está enfermando.





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