Noticia biográfica sobre don José Clemente Ángel Orozco
Esteban
Cibrián1
En
el Registro Civil de esta ciudad, acta número 668, el muralista
zapotlense está inscrito con los tres siguientes nombres: JOSE
CLEMENTE ANGEL OROZCO. Nació el 23 de noviembre de 1883, en la casa
número 23 —que él vino a reconocer acompañado de su esposa e
hijos pocos años antes de morir— de la calle que hoy lleva su
nombre, que antes se llamó de Riva Palacio, misma que en el siglo
anterior se le conoció con el nombre popular de “Calle del Rico",
por un hecho histórico ocurrido en tiempo de la “Guerra de Tres
Años” (1848 — 1849 —1860). Fueron sus padres el Sr. Irineo
Orozco, impresor, y Doña Rosa Flores de Orozco, siendo el tercer
hijo del matrimonio Orozco — Flores.
En 1886, cuando tenía
poco menos de tres años de edad, fue llevado a Guadalajara, porque
sus padres tuvieron que radicarse en dicha ciudad; pero su
permanencia en la capital tapatía fue relativamente corta, puesto
que la familia Orozco — Flores pasó a radicarse definitivamente a
la Ciudad de México.
El año de 1890, el niño José Clemente
Ángel, se matriculó como alumno de la Escuela Primaria Anexa a la
Normal de Maestros, que entonces estaba en la calle Licenciado Verdad
y muy cerca de los talleres de la Imprenta Venegas Arroyo, donde el
gran caricaturista grabador jamás igualado Don J. Guadalupe Posada,
trabajaba haciendo sus grabados a la vista público, tras la vidriera
que daba a la calle, donde José Clemente, cuatro veces diario, a la
entrada y salida dela escuela por la mañana y por la tarde, se
estacionaba para observar de cerca a Posada y para hurtarse las
virutas de metal que saltaban con el buril del maestro.
Recuerda Orozco en su autobiografía, que esa diaria observación
admirando la habilidad de Posada, fue el primer estimulo que despertó
en su mente el impulso de borronear papel para trazar los primeros
muñecos de su vida. Esta fue la primera revelación que tuvo de la
existencia del arte y donde se despertó y conoció su
vocación.
También Posada, al ver el interés con que el
jovencillo Orozco se a observar su labor, comprendió su inclinación
y lo invitaba a pasar al taller. En aquella época el ingenioso
ilustraba las publicaciones de Venegas Arroyo con grabados que se
publicaban en la prensa y que eran inmediatamente acaparadas por el
público, tanto por las caricaturas como por los llamativos
encabezados como éstos: "El fusilamiento del Capitán Cota",
“El horrorosísimo crimen del horrorosísimo hijo que mató a su
horrorosísima madre” y otros por el estilo. Con tan
“horrorosísimas” noticias y con el ahínco de admirar los
grabados, Clemente Orozco fue de los mejores clientes de las
ediciones de Venegas Arroyo, cuyo expendio estuvo en la esquina de
las calles República Argentina y de Guatemala, casa que fue
derribada el encontrarse allí ruinas arqueológicas. Más como en el
mismo expendio Posada iluminaba a mano con estarcidor los grabados,
Orozco, al observar tal operación, recibió las primeras lecciones
de colorido, que mucho le sirvieron más tarde.
Con la afición
ya despierta, bien pronto supo el joven Orozco que en la Academia de
Bellas Artes de San Carlos que estaba a dos cuadras de la Escuela
Normal, había cursos nocturnos de dibujo. Dominado por su
entusiasmo, no vaciló en ingresar a ellos. Allí, los que querían
comenzar los estudios, tenían que copiar litografías de Julien, que
era la quinta esencia del academismo.
En 1897, los padres de
Orozco tuvieron el deseo de hacer de él un “perito agricultor".
Con ese fin fue inscrito en la Escuela de Agricultura de San Jacinto
para cursar la carrera en tres años.
Clemente Orozco refiere
con la franqueza que le fue propia, que jamás le interesó la
agricultura ni llegó a ser un perito en cuestión agraria. Sin
embargo, dice: "…aquella educación, aquellas enseñanzas
recibidas en aquella magnífica escuela, me fueron de gran utilidad.
El primer dinero que gané en la vida, fue levantando planos
topográficos, y hubiera sido capaz de planear un sistema de riego,
construir un establo, uncir una yunta de bueyes y trazar con el arado
surcos rectos. Pude sembrar maíz, alfalfa, caña; analizar y abonar
tierras; todo lo que a la agricultura se refiere, puesto que, en tres
años de vida sana y alegre en el campo, obtuve bastantes
conocimientos para explotar la tierra".
En 1900 terminó
los estudios en la Escuela de Agricultura. Más como sus aspiraciones
iban en aumento, tuvo que ingresar a la Escuela Nacional
Preparatoria, donde permaneció cuatro años con el vago propósito
de estudiar más tarde agricultura; pero la obsesión por la pintura
lo dominaba, y esto lo hizo dejar los estudios preparatorios para
volver a la Academia de San Carlos, con pleno conocimiento ya, de
haber definido su vocación hacia el bello arte.
Cuando al
joven Clemente más le interesaba ir hacia la meta que su vocación
le inspiraba, le faltó el principal apoyo. Tuvo que lamentar el
fallecimiento de Don Irineo su padre. Mas esta gran pena, ésta
pérdida irreparable y su mejor sostén, no lo hizo retroceder en su
camino ascendente hacia la cúspide que tanto ambicionaba, sino todo
lo contrario, pues pleno de confianza en sí mismo, se vio obligado a
trabajar para ganarse la vida y a la vez para sostener sus estudios
en la Academia. Primero fue dibujante de arquitectura; después por
algún tiempo prestó sus servicios de dibujante en el taller de El
Imparcial
y en otras publicaciones de Reyes Spíndola.
Por esos años la
Academia de Bellas Artes estaba en el apogeo de su existencia, debido
al gran impulso que le dio el pintor académico don Antonio Fabrés,
quien fue traído a México por el Ministro de Educación Pública
don Justo Sierra, para hacerse cargo como supremo maestro de la
Sección de Pintura.
Fabrés al llegar de Europa, para
demostrar su indiscutible maestría en el arte pictórico, hizo en
las salas de la Academia una exposición de sus numerosas obras, que
causó gran sensación entre los artistas e intelectuales de México,
mismas obras que al ser analizadas por el estudiante Clemente Orozco,
se expresó así: "...mostraba profundos conocimientos de la
técnica pictórica y una habilidad excepcional". Entre los
discípulos del Maestro Fabrés figuraban: Saturnino Herrán, Diego
Rivera, Benjamín Coria, hermanos Garduño, Ramón López, Francisco
de la Torre, Francisco Romano Guillemín, Miguel Ángel Fernández y
otros más que conquistaron fama. Ya entonces algunos de ellos eran
una buena promesa para la pintura mexicana.
Orozco, propiamente
no fue discípulo del Fabrés, por haber ingresado a la Academia seis
meses antes de que éste regresara a Europa. Sin embargo, afirma en
su autobiografía, que se dio cuenta: “…lo suficiente para saber
lo que había qué hacer para aprender a pintar". Y agrega: “…me
puse a hacerlo con la tenacidad de quién quiere alcanzar un fin sin
importarle el precio”.
PRIMER
BROTE REVOLUCIONARIO
EN EL CAMPO DE LA PINTURA
Poco
después de haber dejado el Maestro Fabrés la Academia de San
Carlos, los jóvenes aprendices modificaron la técnica del
aprendizaje que él dejó. Surgieron los primeros brotes
revolucionarios en el campo de las artes en México. Mucho contribuyó
en eso el Doctor Atl, quien había regresado de Europa trayendo todas
las audacias de la escuela de París. Tenía en la Academia estudio
nocturno de pintura y dibujo. Con su palabra fácil e insinuante
narraba a los jóvenes, entre ellos Orozco, sus correrías por Europa
y su vida en Roma; les hablaba con mucho fuego y ponderación de la
Capilla Sixtina en el Vaticano y de Leonardo; de grandes pinturas
murales; de los inmensos frescos renacentistas.
En aquellas
charlas dentro de los talleres nocturnos, Clemente Orozco y sus
compañeros escuchaban entusiasmados la voz del agitador, Doctor Atl.
Por él comenzaron a convencerse que en las pasadas épocas el
mexicano había sido un pobre sirviente de la Colonia; que se le
creía incapaz de crear y de pensar por sí mismo. Se creía
imposible que el desgraciado mexicano soñara en siquiera igualarse
con los genios extranjeros. Atl les hizo ver que los mexicanos tenían
personalidad propia; que valían tanto como cualquiera otra. Les
aconsejó que debían tomar lecciones de los maestros antiguos y de
los extranjeros; pero que podían hacer tanto o más que
ellos.
Desde aquella época los jóvenes estudiantes de la
Academia tuvieron confianza en sí mismos, conciencia de su propio
ser y de su destino. Fue entonces, dice Orozco: “...cuando los
pintores nos dimos cuenta del país en que vivíamos. Y cada cual, a
crear, a pintar lo real, lo mexicano; el Doctor Atl se fue a vivir y
a pintar al Popocatépetl; Saturnino Herrán comenzó a pintar
criollas que él conocía; y yo me lancé a los peores barrios de
México. En las telas fue apareciendo poco a poco, como una aurora,
el paisaje mexicano y las formas y los colores que nos eran
familiares. Primer paso tímido todavía, hacia una liberación de la
tiranía extranjera, pero partiendo de una preparación a fondo y de
un entrenamiento riguroso".
Y al recordar esto Orozco en
su autobiografía exclama:
—"¿Por qué habíamos de
estar eternamente de rodillas ante los Kant y los Hugo? !?¡Gloria a
los maestros! Pero nosotros podíamos también producir un Kant o un
Hugo. También nosotros podíamos arrancar el hierro de las entrañas
de la tierra y hacer máquinas y barcos como él. Sabíamos levantar
ciudades prodigiosas y crear naciones y explorar el Universo. ¿No
eran las dos brazas de donde procedíamos de la estirpe de los
titanes?".
¿CÓMO
PERDIÓ EL BRAZO CLEMENTE OROZCO?
A
las muchas preguntas y conjeturas que se hacen en relación de la
pérdida de la mano izquierda de Clemente Orozco, contesto como
siempre lo he hecho con la contestación que él dio al escribir su
autobiografía, cuyo párrafo principal es el siguiente:
—
"Yo no tomé parte alguna en la revolución, nunca me pasó nada
malo y no corrí peligro de ninguna especie. La revolución fue para
mí el más alegre y divertido de los carnavales, es decir, como
dicen que son los carnavales, pues nunca los he visto. A los grandes
caudillos sólo los conocí de vista, cuando desfilaban por las
calles al frente de sus tropas y seguidos de sus estados mayores. Por
esto me resultaban muy cómicos los numerosos artículos que
aparecieron en los periódicos americanos acerca de mis hazañas
guerreras. El encabezado en un diario de San Francisco, decía: “The
bare footed soldier of the revolution",
"El soldado descalzo de la revolución". Otro relataba con
detalles minuciosos mis diferencias con Carranza, que me perseguía
implacablemente a causa de mis ataques. El de más allá dramatizaba
la pérdida de mi mano izquierda, arrojando bombas en un terrible
combate entre villistas y zapatistas, siendo que verdaderamente perdí
cuando era muy joven, jugando con pólvora, un occidente como otro
cualquiera. Hubo varios que me hicieron aparecer como uno de los
abanderados de la causa indígena y hacían un retrato de mi persona
en el cual pedía reconocerse a un tarahumara. Yo jamás me preocupé
por la causa indígena, ni arrojé bombas, ni me fusilaron tres
veces, como aseguraba otro diario".
JOSE
CLEMENTE ANGEL OROZCO falleció el 7 de septiembre de 1949. Ya he
dicho en artículos anteriores que años antes de morir vino a esta
su ciudad natal, y acompañado del Sr. Prof. Alfredo Velasco Cisneros
y del Sr. Dr. Leodegario Turcio y Flores fue al despacho del entonces
Presidente Municipal C. Guillermo Ochoa Mendoza, a quien le pidió un
pedazo de muro para dejar una de sus obras en el edificio Municipal.
También pidió la entonces clausurada Capilla de la Purísima. Nadie
accedió a sus vehementes deseos y se fue decepcionado.
Por
eso esta ciudad no posee murales de su esclarecido hijo,
confirmándose con ello la verdad que contiene el popular adagio:
“Nadie es profeta en su tierra”. Sólo el Museo de las Culturas
de Occidente de esta ciudad, exhibe en una de sus salas 15 dibujos
que fueron donados por la Sra. Margarita Valladares viuda de Orozco,
a solicitud del Director de este Museo.
Zapotlán de Orozco,
Jal, 89 aniversario del nacimiento del Gran Muralista.
El
Informador.
3 de diciembre de 1972. Pág. 2-D
1.-
Esteban Cibrián Guzmán (Ciudad Guzmán, municipio de Zapotlán el
Grande. 3 de septiembre de 1894 — Ciudad Guzmán. 1 de abril de
1985) fue alumno de los Seminarios de Zapotlán y de Guadalajara.
Fue miembro fundador en 1938 y colaborador por más de
veintiocho años, del legendario Semanario El
Vigía
de Ciudad Guzmán. Fue fundador y primer director del Museo de las
Culturas de Occidente en Ciudad Guzmán inaugurado el 15 de abril de
1956.
Ingresó a la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística del Estado de Jalisco, el 15 de septiembre de 1981, con
el tema: El
Gral. Francisco Villa en Zapotlán el Grande (1915).
Esteban Cibrián es autor de los libros: Origen
de la Feria de Zapotlán el Grande
(1973). Tlayólan—Tzapótlan
(1974). Florilegio
de Señor San José
(1977). Cien
Años del Seminario de Zapotlán
(1977). La
Lucha de Zapotlán por el Agua
(1982).
El presente texto, Noticia biográfica sobre don José
Clemente Ángel Orozco, forma parte de otros tres poco conocidos
escritos por Cibrián. Los otros, también publicados en El
Informador
de Guadalajara, son: Aclaratoria:
Clemente Orozco sí amó Zapotlán;
y La
catedral de Zapotlán el Grande.
El último: El
Gral. Francisco Villa en Zapotlán el Grande (1915),
se publicó por entregas en El
Vigía.
Posteriormente don Ángel Moreno Ochoa lo incluyó en su libro:
Semblanzas
revolucionarias (1965).
(Salvador Encarnación).
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