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jueves, 24 de julio de 2025

Noticia biográfica sobre don José Clemente Ángel Orozco

 



Esteban Cibrián1



En el Registro Civil de esta ciudad, acta número 668, el muralista zapotlense está inscrito con los tres siguientes nombres: JOSE CLEMENTE ANGEL OROZCO. Nació el 23 de noviembre de 1883, en la casa número 23 —que él vino a reconocer acompañado de su esposa e hijos pocos años antes de morir— de la calle que hoy lleva su nombre, que antes se llamó de Riva Palacio, misma que en el siglo anterior se le conoció con el nombre popular de “Calle del Rico", por un hecho histórico ocurrido en tiempo de la “Guerra de Tres Años” (1848 — 1849 —1860). Fueron sus padres el Sr. Irineo Orozco, impresor, y Doña Rosa Flores de Orozco, siendo el tercer hijo del matrimonio Orozco — Flores.




En 1886, cuando tenía poco menos de tres años de edad, fue llevado a Guadalajara, porque sus padres tuvieron que radicarse en dicha ciudad; pero su permanencia en la capital tapatía fue relativamente corta, puesto que la familia Orozco — Flores pasó a radicarse definitivamente a la Ciudad de México.

El año de 1890, el niño José Clemente Ángel, se matriculó como alumno de la Escuela Primaria Anexa a la Normal de Maestros, que entonces estaba en la calle Licenciado Verdad y muy cerca de los talleres de la Imprenta Venegas Arroyo, donde el gran caricaturista grabador jamás igualado Don J. Guadalupe Posada, trabajaba haciendo sus grabados a la vista público, tras la vidriera que daba a la calle, donde José Clemente, cuatro veces diario, a la entrada y salida dela escuela por la mañana y por la tarde, se estacionaba para observar de cerca a Posada y para hurtarse las virutas de metal que saltaban con el buril del maestro.





Recuerda Orozco en su autobiografía, que esa diaria observación admirando la habilidad de Posada, fue el primer estimulo que despertó en su mente el impulso de borronear papel para trazar los primeros muñecos de su vida. Esta fue la primera revelación que tuvo de la existencia del arte y donde se despertó y conoció su vocación.

También Posada, al ver el interés con que el jovencillo Orozco se a observar su labor, comprendió su inclinación y lo invitaba a pasar al taller. En aquella época el ingenioso ilustraba las publicaciones de Venegas Arroyo con grabados que se publicaban en la prensa y que eran inmediatamente acaparadas por el público, tanto por las caricaturas como por los llamativos encabezados como éstos: "El fusilamiento del Capitán Cota", “El horrorosísimo crimen del horrorosísimo hijo que mató a su horrorosísima madre” y otros por el estilo. Con tan “horrorosísimas” noticias y con el ahínco de admirar los grabados, Clemente Orozco fue de los mejores clientes de las ediciones de Venegas Arroyo, cuyo expendio estuvo en la esquina de las calles República Argentina y de Guatemala, casa que fue derribada el encontrarse allí ruinas arqueológicas. Más como en el mismo expendio Posada iluminaba a mano con estarcidor los grabados, Orozco, al observar tal operación, recibió las primeras lecciones de colorido, que mucho le sirvieron más tarde.

Con la afición ya despierta, bien pronto supo el joven Orozco que en la Academia de Bellas Artes de San Carlos que estaba a dos cuadras de la Escuela Normal, había cursos nocturnos de dibujo. Dominado por su entusiasmo, no vaciló en ingresar a ellos. Allí, los que querían comenzar los estudios, tenían que copiar litografías de Julien, que era la quinta esencia del academismo.

En 1897, los padres de Orozco tuvieron el deseo de hacer de él un “perito agricultor". Con ese fin fue inscrito en la Escuela de Agricultura de San Jacinto para cursar la carrera en tres años.






Clemente Orozco refiere con la franqueza que le fue propia, que jamás le interesó la agricultura ni llegó a ser un perito en cuestión agraria. Sin embargo, dice: "…aquella educación, aquellas enseñanzas recibidas en aquella magnífica escuela, me fueron de gran utilidad. El primer dinero que gané en la vida, fue levantando planos topográficos, y hubiera sido capaz de planear un sistema de riego, construir un establo, uncir una yunta de bueyes y trazar con el arado surcos rectos. Pude sembrar maíz, alfalfa, caña; analizar y abonar tierras; todo lo que a la agricultura se refiere, puesto que, en tres años de vida sana y alegre en el campo, obtuve bastantes conocimientos para explotar la tierra".

En 1900 terminó los estudios en la Escuela de Agricultura. Más como sus aspiraciones iban en aumento, tuvo que ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria, donde permaneció cuatro años con el vago propósito de estudiar más tarde agricultura; pero la obsesión por la pintura lo dominaba, y esto lo hizo dejar los estudios preparatorios para volver a la Academia de San Carlos, con pleno conocimiento ya, de haber definido su vocación hacia el bello arte.

Cuando al joven Clemente más le interesaba ir hacia la meta que su vocación le inspiraba, le faltó el principal apoyo. Tuvo que lamentar el fallecimiento de Don Irineo su padre. Mas esta gran pena, ésta pérdida irreparable y su mejor sostén, no lo hizo retroceder en su camino ascendente hacia la cúspide que tanto ambicionaba, sino todo lo contrario, pues pleno de confianza en sí mismo, se vio obligado a trabajar para ganarse la vida y a la vez para sostener sus estudios en la Academia. Primero fue dibujante de arquitectura; después por algún tiempo prestó sus servicios de dibujante en el taller de El Imparcial y en otras publicaciones de Reyes Spíndola.





Por esos años la Academia de Bellas Artes estaba en el apogeo de su existencia, debido al gran impulso que le dio el pintor académico don Antonio Fabrés, quien fue traído a México por el Ministro de Educación Pública don Justo Sierra, para hacerse cargo como supremo maestro de la Sección de Pintura.

Fabrés al llegar de Europa, para demostrar su indiscutible maestría en el arte pictórico, hizo en las salas de la Academia una exposición de sus numerosas obras, que causó gran sensación entre los artistas e intelectuales de México, mismas obras que al ser analizadas por el estudiante Clemente Orozco, se expresó así: "...mostraba profundos conocimientos de la técnica pictórica y una habilidad excepcional". Entre los discípulos del Maestro Fabrés figuraban: Saturnino Herrán, Diego Rivera, Benjamín Coria, hermanos Garduño, Ramón López, Francisco de la Torre, Francisco Romano Guillemín, Miguel Ángel Fernández y otros más que conquistaron fama. Ya entonces algunos de ellos eran una buena promesa para la pintura mexicana.

Orozco, propiamente no fue discípulo del Fabrés, por haber ingresado a la Academia seis meses antes de que éste regresara a Europa. Sin embargo, afirma en su autobiografía, que se dio cuenta: “…lo suficiente para saber lo que había qué hacer para aprender a pintar". Y agrega: “…me puse a hacerlo con la tenacidad de quién quiere alcanzar un fin sin importarle el precio”.

PRIMER BROTE REVOLUCIONARIO
EN EL CAMPO DE LA PINTURA



Poco después de haber dejado el Maestro Fabrés la Academia de San Carlos, los jóvenes aprendices modificaron la técnica del aprendizaje que él dejó. Surgieron los primeros brotes revolucionarios en el campo de las artes en México. Mucho contribuyó en eso el Doctor Atl, quien había regresado de Europa trayendo todas las audacias de la escuela de París. Tenía en la Academia estudio nocturno de pintura y dibujo. Con su palabra fácil e insinuante narraba a los jóvenes, entre ellos Orozco, sus correrías por Europa y su vida en Roma; les hablaba con mucho fuego y ponderación de la Capilla Sixtina en el Vaticano y de Leonardo; de grandes pinturas murales; de los inmensos frescos renacentistas.

En aquellas charlas dentro de los talleres nocturnos, Clemente Orozco y sus compañeros escuchaban entusiasmados la voz del agitador, Doctor Atl. Por él comenzaron a convencerse que en las pasadas épocas el mexicano había sido un pobre sirviente de la Colonia; que se le creía incapaz de crear y de pensar por sí mismo. Se creía imposible que el desgraciado mexicano soñara en siquiera igualarse con los genios extranjeros. Atl les hizo ver que los mexicanos tenían personalidad propia; que valían tanto como cualquiera otra. Les aconsejó que debían tomar lecciones de los maestros antiguos y de los extranjeros; pero que podían hacer tanto o más que ellos.




Desde aquella época los jóvenes estudiantes de la Academia tuvieron confianza en sí mismos, conciencia de su propio ser y de su destino. Fue entonces, dice Orozco: “...cuando los pintores nos dimos cuenta del país en que vivíamos. Y cada cual, a crear, a pintar lo real, lo mexicano; el Doctor Atl se fue a vivir y a pintar al Popocatépetl; Saturnino Herrán comenzó a pintar criollas que él conocía; y yo me lancé a los peores barrios de México. En las telas fue apareciendo poco a poco, como una aurora, el paisaje mexicano y las formas y los colores que nos eran familiares. Primer paso tímido todavía, hacia una liberación de la tiranía extranjera, pero partiendo de una preparación a fondo y de un entrenamiento riguroso".

Y al recordar esto Orozco en su autobiografía exclama:

—"¿Por qué habíamos de estar eternamente de rodillas ante los Kant y los Hugo? !?¡Gloria a los maestros! Pero nosotros podíamos también producir un Kant o un Hugo. También nosotros podíamos arrancar el hierro de las entrañas de la tierra y hacer máquinas y barcos como él. Sabíamos levantar ciudades prodigiosas y crear naciones y explorar el Universo. ¿No eran las dos brazas de donde procedíamos de la estirpe de los titanes?".


¿CÓMO PERDIÓ EL BRAZO
CLEMENTE OROZCO?


A las muchas preguntas y conjeturas que se hacen en relación de la pérdida de la mano izquierda de Clemente Orozco, contesto como siempre lo he hecho con la contestación que él dio al escribir su autobiografía, cuyo párrafo principal es el siguiente:

— "Yo no tomé parte alguna en la revolución, nunca me pasó nada malo y no corrí peligro de ninguna especie. La revolución fue para mí el más alegre y divertido de los carnavales, es decir, como dicen que son los carnavales, pues nunca los he visto. A los grandes caudillos sólo los conocí de vista, cuando desfilaban por las calles al frente de sus tropas y seguidos de sus estados mayores. Por esto me resultaban muy cómicos los numerosos artículos que aparecieron en los periódicos americanos acerca de mis hazañas guerreras. El encabezado en un diario de San Francisco, decía: “The bare footed soldier of the revolution", "El soldado descalzo de la revolución". Otro relataba con detalles minuciosos mis diferencias con Carranza, que me perseguía implacablemente a causa de mis ataques. El de más allá dramatizaba la pérdida de mi mano izquierda, arrojando bombas en un terrible combate entre villistas y zapatistas, siendo que verdaderamente perdí cuando era muy joven, jugando con pólvora, un occidente como otro cualquiera. Hubo varios que me hicieron aparecer como uno de los abanderados de la causa indígena y hacían un retrato de mi persona en el cual pedía reconocerse a un tarahumara. Yo jamás me preocupé por la causa indígena, ni arrojé bombas, ni me fusilaron tres veces, como aseguraba otro diario".





JOSE CLEMENTE ANGEL OROZCO falleció el 7 de septiembre de 1949. Ya he dicho en artículos anteriores que años antes de morir vino a esta su ciudad natal, y acompañado del Sr. Prof. Alfredo Velasco Cisneros y del Sr. Dr. Leodegario Turcio y Flores fue al despacho del entonces Presidente Municipal C. Guillermo Ochoa Mendoza, a quien le pidió un pedazo de muro para dejar una de sus obras en el edificio Municipal. También pidió la entonces clausurada Capilla de la Purísima. Nadie accedió a sus vehementes deseos y se fue decepcionado.

Por eso esta ciudad no posee murales de su esclarecido hijo, confirmándose con ello la verdad que contiene el popular adagio: “Nadie es profeta en su tierra”. Sólo el Museo de las Culturas de Occidente de esta ciudad, exhibe en una de sus salas 15 dibujos que fueron donados por la Sra. Margarita Valladares viuda de Orozco, a solicitud del Director de este Museo.




Zapotlán de Orozco, Jal, 89 aniversario del nacimiento del Gran Muralista.

El Informador. 3 de diciembre de 1972. Pág. 2-D


1.- Esteban Cibrián Guzmán (Ciudad Guzmán, municipio de Zapotlán el Grande. 3 de septiembre de 1894 — Ciudad Guzmán. 1 de abril de 1985) fue alumno de los Seminarios de Zapotlán y de Guadalajara.

Fue miembro fundador en 1938 y colaborador por más de veintiocho años, del legendario Semanario
El Vigía de Ciudad Guzmán. Fue fundador y primer director del Museo de las Culturas de Occidente en Ciudad Guzmán inaugurado el 15 de abril de 1956.

Ingresó a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, el 15 de septiembre de 1981, con el tema:
El Gral. Francisco Villa en Zapotlán el Grande (1915).
Esteban Cibrián es autor de los libros:
Origen de la Feria de Zapotlán el Grande (1973). Tlayólan—Tzapótlan (1974). Florilegio de Señor San José (1977). Cien Años del Seminario de Zapotlán (1977). La Lucha de Zapotlán por el Agua (1982).
El presente texto, Noticia biográfica sobre don José Clemente Ángel Orozco, forma parte de otros tres poco conocidos escritos por Cibrián. Los otros, también publicados en
El Informador de Guadalajara, son: Aclaratoria: Clemente Orozco sí amó Zapotlán; y La catedral de Zapotlán el Grande. El último: El Gral. Francisco Villa en Zapotlán el Grande (1915), se publicó por entregas en El Vigía. Posteriormente don Ángel Moreno Ochoa lo incluyó en su libro: Semblanzas revolucionarias (1965). (Salvador Encarnación).


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