Fernando G.
Castolo*
El platillo típico de Zapotlán por
excelencia es el pozole. Elaborado a base de maíz nixtamalizado, y
acompañado por carnes de cerdo, el pozole es parte integral de
nuestra dieta desde tiempos ancestrales.
En
la época prehispánica, los investigadores han revelado ceremonias
ofrecidas a la deidad llamada Xipe Totec, a la que le ofrecían un
guerrero que desollaban, y con esa piel se revestía el chamán para
invocarlo. Con las carnes se preparaba el "tlacatlaolli",
que puede traducirse como "maíz de hombre"; es decir, que
dentro del recipiente en que cocían las carnes se acompañaba de
granos de maíz. Este platillo, se argumenta, es el antecedente del
actual pozole. Juan José Arreola, de forma picaresca, dentro de su
libro "La feria" (1963), comenta: "(...) Fray Juan de
Padilla vino a enseñarnos el catecismo (...). Pero le fue mal y
dizque lo mataron (...). Si fue aquí, nos lo comimos en pozole
(...)". Lo cierto es que el pozole no adquiere su actual
dimensión de platillo base en la dieta de los zapotlenses, sino
hasta la segunda mitad del siglo XIX, en que se definen las
preparaciones domésticas del México independiente.
El pozole
es el platillo preferido para ofrecerlo y comerlo en el mes de
octubre, sobre todo el día 23, el de los carros alegóricos. Las
gentes dejan cociendo, a fuego manso, desde la noche anterior, este
deleite gastronómico de los dioses, para engullirlo de forma
solemne, dado que los aromas que desprende son realmente celestiales.
El pozole, sin duda alguna, es parte escencial de la identidad de
Zapotlán el Grande.
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