Tal es la paradoja de la regeneración
en A.A.: la fortaleza que surge de la derrota total y la debilidad,
la pérdida de la vida antigua como condición para encontrar una
nueva vida.
Los miles de palizas que me dio el alcohol no me
animaron a admitir mi derrota. Yo creía que conquistar a mi
“enemigo-amigo” era mi obligación moral. En mi primera reunión
de A.A. fui bendecido con el sentimiento de que estaba bien que
admitiera mi derrota ante una enfermedad que no tenía nada que ver
con mi “carácter moral”. Instintivamente supe que estaba en
presencia de un gran amor cuando crucé las puertas de A.A. Sin
ningún esfuerzo de mi parte llegué a darme cuenta de que era bueno
y apropiado amarme a mí mismo, como Dios lo ha dispuesto.
Mis
pensamientos me habían tenido cautivo y mis sentimientos me
liberaron. Estoy agradecido.
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