Pedro Vargas Avalos
En todo México y aún en el
mundo, la Perla Tapatía, nuestra hermosísima Guadalajara, es
reconocida como genuina representativa de la mexicanidad, no la
indígena que es legataria de la grandiosa historia precortesiana
nacional, sino de la que nació tras tres siglos de coloniaje, cuando
surgió nuestro país como nación independiente. Recordemos que la
urbe jalisciense, antes que alguna localidad de toda la actual
República tuvo un gobierno nacional (instituido por el Padre de la
Patria, D. Miguel Hidalgo y Costilla, cuando el movimiento insurgente
adoptó como sede a nuestra Atenas de Occidente, entre noviembre y
enero de 1810-811) y que, además, pregonó la independencia (13 de
junio de 1821) primero que cualesquiera poblaciones de México,
incluida la capital del país, la cual lo hizo hasta el 27 de
septiembre de 1821. Finalmente mencionaremos que fue cuna del
federalismo y con ello de la República Federal.
Pues bien, a
la fecha Guadalajara continúa preservando muchos elementos de los
que la llevaron a ser considerada la más hermosa ciudad mexicana.
Una vez, en 1981, estando de visita el Lic. Humberto Lira Mora,
destacado político nativo del Estado de México, luego de un paseo
por el centro histórico, expresó emocionado: “De Verdad,
Guadalajara es una ciudad para presumir a México”. A ello
agreguemos que el notable filósofo José Vasconcelos, en sus
memorias varias veces elogia a Jalisco y su capital, reiterando que
era la sede de la aristocracia étnica mexicana.
En su toma de
posesión como primera presidenta municipal de nuestra Perla de
Occidente, la alcaldesa Verónica Delgadillo, declaró: “Que se
oiga claro y fuerte: Guadalajara será un faro de esperanza para todo
México. Desde esta tierra, se defiende y se engrandece a nuestro
país. Desde aquí, desde el corazón de Jalisco, vamos a cuidar a
nuestras tapatías y tapatíos, vamos a seguir transformando
México.”
Lo anterior, con palabras emotivas, realza el ánimo
de todos los que residimos en esta metrópoli del valle de Atemajac,
fundada por cuarta ocasión el 14 de febrero de 1542. Sin embargo, la
terca realidad se empeña en obstruir lo que expresó la mandamás
tapatía. Al respecto podemos aludir un reciente viaje que hicimos al
espectacular Puerto Vallarta, la alhaja jalisciense del Pacifico, a
donde acudimos para cuestiones culturales, y atraídos por conocer la
supuesta flamante vía corta que apenas -según publicaciones
oficiales- se concluyó el 28 de diciembre -día de los inocentes-
pasado: “El último tramo, que conecta Bucerías con el Aeropuerto
Internacional de Puerto Vallarta, se inauguró a finales de 2024,
después de 13 años de construcción. Esta vía corta reduce
significativamente el tiempo de viaje entre Guadalajara y Puerto
Vallarta, de aproximadamente 5 horas a alrededor de 2 horas y
media”.
Sobre esa información, diremos que tiene varias
imprecisiones, pues el entronque con la ciudad porteña no está
terminado y se debe hacer circo para llegar a un domicilio en la
ciudad turística. Por otra parte, el costo de la caseta final de la
autopista es de $483.00 -cuatrocientos ochenta y tres pesos- es
decir, casi nueve pesos por kilómetro recorrido en este tramo. Esto
es un verdadero atropello, mismo que hará que no se utilice por los
automovilistas.
De regreso a nuestra querida Perla Tapatía,
como a las 17.00 horas, nos encontramos con tal saturación de
tráfico a partir de La Venta del Astillero (Zapopan) y hasta el
centro guadalajarense, que requerimos alrededor de ¡tres horas! Esto
hace que cada viajero, se exaspere y con ello incurra en movimientos
que ocasionan tremendos problemas viales. Y claro, recordatorios
maternos para las autoridades.
Al día siguiente hubo necesidad
de ir a un punto cercano a Santa Ana Tepetitlán, en las cercanías
del periférico sur. El único camino es la avenida Adolfo López
Mateos, y esta tiene tal saturación vial, que solo con la paciencia
de Job se puede tolerar su recorrido. Mientras esto sucedía,
meditamos en los problemas que tiene la comunicación de la ciudad
tapatía al aeropuerto y a Chapala con sus colindancias, de
encantadora atracción turística. Y regresaron las expresiones poco
encomiables hacia los gobernantes.
Ahora bien, el traslado del
aeropuerto (Libertador Miguel Hidalgo, nombre que nadie usa ya, ni
tan siquiera el mismo edificio de la terminal aérea) es toda una
calamidad: hay ocasiones en que para abordar un taxi -por cierto
bastante caro- se dura mas de una hora: pero eso sí, no se puede
pedir un vehículo de alguna compañía del ramo, porque es un
monopolio de los taxis del aeródromo; esto a ciencia y paciencia de
las mandos federales, los cuales suelen multar con enormes sumas al
conductor que se atreva a dar sus servicios. Y eso que la
Constitución prohíbe los monopolios.
Para los que vivimos en
la urbe, otro problema es el de la nomenclatura, la cual siempre ha
sido relegada por los ayuntamientos. La solución, al alcance de la
mano, la deberían tomar nuestros funcionarios municipales, tan
sencillo como exigir que todo comerciante o usuario de alguna
licencia, imprima junto a su razón social, el nombre de la calle en
que se ubica. Y en cuanto a las esquinas donde no hay giros que
lleven a cabo aquella encomienda, se subsidie a los propietarios para
que instalen las placas correspondientes, que luego se les
reintegrará lo invertido. Aquí también puede acudirse a las
empresas que suelen anunciarse, para que pongan los señalamientos de
calles, a cambio de difundir sus productos -recurso que hace años se
utilizó, pero luego se dejó al margen- lo cual es benéfico para
todos.
Y ya que hablamos de calles, recordemos que estas no son
propieda de los dueños de fincas allí ubicadas, los cuales
broncamente se apropian de ellas para evitar que algún ciudadano se
estacione, y con toscos instrumentos, se reservan sus espacios para
provecho propio, lo cual es reprobable y hasta punible. Pero tal
parece que los inspectores del municipio, o los que dirigen tránsito,
no les interesa poner orden al respecto.
Retornando a los
ingresos-salida de la Perla Tapatía, son, lo menos que podemos
decir, indecentes para el nivel de la gran metrópoli que es. El
gobierno de Jalisco, y hasta el de ámbito federal, deberían sumarse
a la cruzada de dignificar esas vías de comunicación carretera. Y
esa regeneración debe incluir la adecuación de construcciones a lo
largo de tales accesos, pues en algunas partes, hasta los ojos duelen
de ver lo pésimo de sus edificaciones. Hay que tener presente que
la arquitectura es de gran importancia, y cuando el menos el centro
histórico, y las colonias del poniente, son de excelente
característica, por lo que los inmuebles de los ingresos-salidas de
Guadalajara, deben estar a la altura del respetable perfil
urbanístico de la ciudad.
Hace unos días, nos informamos que
“en un encuentro sin precedentes con directivos de medios y líderes
de opinión, la alcaldesa de Guadalajara, Verónica Delgadillo,
ofreció un vistazo crudo a los desafíos que enfrenta su
administración, particularmente la crisis hídrica y la precariedad
financiera municipal.” Eso está muy bien, pero luego presentó lo
difícil del panorama de acuerdo con el magro presupuesto del
municipio, ante los formidables desafíos que tiene para brindar
buenos servicios. (Gabriel Ibarra Bourjac, Conciencia Pública). Al
respecto, manifiesta el agudo periodista: “La alcaldesa puede
impulsar alianzas público-privadas con incentivos fiscales y
cabildeo con el Estado y la Federación, pero sin una reforma fiscal
local que amplíe la base tributaria o modernice el catastro, estas
medidas podrían quedar en promesas.” Lo cual es muy cierto.
El
reto allí está. Muchos son los aspectos que hay que corregir, pero
precisamente la categoría de buen político se demuestra ante los
problemas. Y en este tiempo de mujeres, la alcaldesa tapatía tiene
la palabra para dar excelentes resultados, y así proseguir su
carrera ascendente.
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